domingo, 15 de abril de 2012

Capítulo 8: 1 más 1... ¿¡Son cinco!?

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Capítulo 8
1 más 1… ¿¡Son cinco!?
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            Volvió a marcar el número del móvil por cuarta vez. Nada. No había indicios de que quisiera atender.

            Suspiró notablemente, poniendo especial atención a los portarretratos de la encimera principal ¿Cuándo iba a encontrarla? Se le había hecho eterno todo lo que le pasaba.

            Hace solo una hora y media que había salido del cuarto de Alex; Omar le había indicado que, cualquier cosa que le ocurriese, le llamara, por lo que le anotó su número de teléfono. Idan simplemente había dicho que podía localizarlo de ese mismo celular, pues el castaño infantil, siempre le avisaba todo. Se habían despedido revolviéndole el cabello, tal y como si fuese una niña, aunque, no le molestó; prefería sentirse una niña mimada que una mujer desdichada por la desaparición de su hermana, así fuesen solamente unos breves segundos.

            Soltó el aire con desgana. El quinto suspiro en menos de cinco minutos.

            El ambiente de la sala principal era lúgubre, ya no entraba la luz del sol por la ventana, pues este, se había ocultado hace ya algunos minutos, aún así, Danielle no quiso encender las luces, necesitaba oscuridad. Toda la que fuese posible.

            Apretó los labios con fuerza y cerró los párpados para luego volver a abrirlos, nada había cambiado, quería creer que era una pesadilla, así como una vez había querido creer que su madre la quería, ella no se merecía las cosas que le pasaban. ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba mal? ¿Qué iba a decirle a su madre cuando llamara? Todas las semanas era lo mismo, Daniela siempre se mantenía en contacto con ellas sin falta… ¿Cómo afrontaría tal situación? ¿¡Qué iba a hacer!?

            Lanzó un quejido y se tomó la cabeza con las dos manos. El aire se sentía frío, casi invernal, no importaba cuanto tuviese la calefacción, simplemente eso no calmaba el contexto de la habitación ni el vacío de su corazón. Las paredes del departamento, de repente parecían más oscuras, como sucias ante las sombras que se reflejaban, los muebles parecían acumular un montón de polvo, como si no hubiesen sido limpiados en años, aunque, la chica de hebras rosadas recordaba la última vez que lo había hecho. Hace exactamente tres días, junto a Julieta.

            Evitó echarse a llorar. Con derramar lágrimas no iba a componer absolutamente nada, eso lo había aprendido casi a los golpes.

            Se levantó con suma pereza de la silla barnizada, para luego caminar con desgana hacia uno de los gabinetes de la cocina. Necesitaba una pastilla para el dolor de cabeza, no podría aguantarlo por mucho tiempo. Luego de lograr el cometido inicial, aunque, cuando abrió la nevera para sacar una jarra de agua, se dio de lleno con el frío insoportable que salía de ella. La cerró. No soportaba más frío, pero, no podía entender la razón. De todos modos, era solamente la nevera. Se llevó la pastilla a la boca sin ninguna bebida, no iba a morirse atragantada por una pastilla, estaba casi acostumbrada a pasarla en seco.

            Luego de tragársela, se le vino a la cabeza las palabras que había pronunciado Alex antes de que saliera de su hogar.

— “Aparecerán pronto, y cuando lo hagan, Alejandro tendrá el «martes trece»” — recordó con asentimiento. La seguridad con la que él había dicho esas palabras, le habían infundido fuerzas para afrontar lo que venía, aunque, seguía sin gustarle eso de su inexpresividad. No podía creer que ni siquiera mostrara que estaba preocupado por su hermano. No era que le importase lo que él pensara, pero por lo menos, no estaría de más que mostrara un poco de emoción en vez de esa “cara de hielo” siempre visible al público.

            Necesitaba ver la preocupación en su rostro. Percatarse de que ella no estaba sola en el mundo y, que alguien a parte de ella, podría sentir preocupación.

            Sí, un gesto como ese, desvanecería la sensación de estar fuera de lugar, por más raro que fuese.

            Caminó hacia el mueble de la sala y se hundió en este. No quería pensar, a veces deseaba dormir para siempre, no porque tuviera deseos suicidas en realidad, pero sí para olvidarse de muchas cosas. No quería hacerse la víctima, contando su historia trágica familiar, odiaba que la viesen como la débil, la sufrible, la frágil… No lo soportaba. Siempre, toda su vida, había tratado de encajar en algún lugar; pero no había ninguno que se adaptara a ella… Excéntricos, soberbios, sabios, estúpidos. No podía catalogarse con ninguno, así que únicamente se había enfocado en formar su propia forma de ser, una coraza de hierro, fuertemente defendida por respuestas hostiles y comportamientos explosivos, la forma de defenderse del mundo y entrar al suyo propio.  

            Pero, a pesar de todo, ella era endeble, demasiado frágil para soportar la caída más mínima. Si se tropezaba y derrumbaba, le costaba mucho levantarse del fango, pero lo hacía, porque ella quería sentir que era fuerte, que podía hacerlo sola, cuando era todo lo contrario. Puras mentiras, de eso ella estaba construida.

            No quería imaginar si en un futuro próximo, alguien la viese cayendo a pedacitos por una pequeña cosa. La más mínima que se pudiera imaginar, sería horrible; así que, únicamente se dedicaría a llorar en silencio. Como lo hacía siempre, como lo estaba haciendo en aquel instante.

            Dejando un poco de lado la situación de la chica –por el momento-, por otro parte, estaban tres chicos conversando en un departamento formidable, bastante cerca de la residencia en donde Alex y Danielle vivían. Este era el alojamiento de Sebastián, que se encontraba solamente un poco más allá del gimnasio, al que todos, casi siempre asistían algunos días de la semana.

— ¿Conocieron a la chica de cabello rosa? Yo también la vi hoy — aseguró Sebastián muy convencido de sus palabras.

            Omar asintió con fuerza mientras que Idan, el cual tomaba un vaso de agua, simplemente subió los hombros con desgana a causa de su reciente entrenamiento.

— Es una niña bastante extraña. Hubo un momento en el que los tres la observamos… ¿Qué crees que hizo? Simplemente preguntó qué pasaba, ¡así sin sonrojarse! — tomó recuento el albino, como si lo que acababa de decir, era detonante de la tercera guerra mundial.  

            El pelirrojo bufó negativamente, mientras que el castaño, se dedicó a mirarlo furtivamente. Idan levantó una ceja en su dirección.

— No te creas tan importante. Si no se sonrojó conmigo que salgo en portadas de revistas juveniles, mucho menos lo hará contigo — informó convincentemente, antes de sacarle la lengua como muestra de su comportamiento infantil.

            El chico de ojos tan grises como la plata, gruñó cerrando los ojos.

            Bueno, eso era verdad. Omar salía en revistas de moda para adolescentes, y la chiquilla, no lo había reconocido. Seguramente, ella no era muy devota a la moda. ¡Oh! Eso se notaba a millones de leguas de distancia, aunque, eso era algo realmente raro… ¿No tendría ella unos dieciocho o diecinueve años? Por lógica, alguna revista tendría que haber leído
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            Sacudió la cabeza fervientemente. No iba a pensar en cosas tan estúpidas.

— En fin — mencionó en tono cansado — ¿Dónde ha estado Karina? No la veo desde hace un tiempo — cuestionó evitando el tema anterior, por lo que, el chico de ojos azules, sonrió disimuladamente.

            Sebastián sonrió con pesadez, preocupando un poco a los demás.

— Mañana tiene que irse por un mes. Ya sabes, estudia turismo, así que tiene que salir a conocer “mundo” — agregó poniéndole énfasis con ojos cansados. Idan negó con la cabeza, como burlándose de su amigo pelirrojo.

— ¡Vamos chico! — se carcajeó colocándole una mano sobre el hombro, ignorando la mirada fulminante que este le dedicaba —, no se va a morir, tampoco te dejó por otro. Abandona ya el drama — culminó escéptico, no pudiendo entender lo que Sebastián sentía.

            Omar bufó con exasperación sin comprender su comportamiento.

— ¿Qué sabrás tú? — le preguntó desafiante mientras lo observaba, Idan lo miró levantando una de sus platinadas cejas — No puedes saber lo que siente, porque no estás en su situación. Es como decir que comprendes la introversión de las personas — siguió sin dar ningún tipo de cabida a una réplica. El rubio frunció el ceño.

— ¿A caso tú lo entiendes perfectamente? — atajó sin importarle el hecho de que Sebastián los miraba perplejos — ¿Qué es lo que puedes decirme al respecto? — soltó torciendo la boca en una sínica sonrisa.

            El pelirrojo los miró extrañado. Ellos no solían ser así de competitivos, solamente cuando tenían un desafío por delante, si ahora lo tenían, este era totalmente desconocido para él. Le resultaba, de alguna manera, chocante. Sí, bastante fuera de lugar.

            Omar era excesivamente tranquilo, demasiado como para buscarle la lengua a alguien sin ninguna razón aparente. Infantil y angelical. Así solían describirlo. Su actitud era de lo más amable y dulce con la gente que él juzgaba que lo merecía, tenía la mente abierta a cualquier idea o buena influencia. En algunas ocasiones, parecía un niño al cual le hubiesen regalado un juguete nuevo, tanto así que, él mismo sentía que tenía un niño pequeño a su lado. Acostumbraba a ser chistoso sin siquiera percatarse de ello… Pero era irremediablemente perspicaz; comprendía las emociones ajenas, entendía las indirectas más sutiles y hasta, podría jurar que, era el más inteligente de todos.

            Por otro lado, Idan era casi todo lo contrario. No se quedaba quieto en ningún momento, tampoco cerraba la boca ni debajo del agua. Así era. No era el más amable de todos, a menos que con serlo, consiguiese algo realmente importante. Solía vivir la vida loca, aunque el pelirrojo nunca lo había visto en pésimas condiciones, lo que sí sabía perfectamente, es que nunca tenía una chica fija… Todas las que conocía eran de pasada, eso era algo que Alex y él mismo detestaban del rubio platinado. Tenía la costumbre de ser explosivo y decir las cosas demasiado de frente, tanto así, que dolían sus palabras. Era competitivo, demasiado como para no tomárselo en serio, pues, él se tomaba las cosas muy a pecho, como si viviera en un desafío constante con su existencia.

            Todos eran demasiado opuestos, mas sin embargo, eran los mejores amigos. La vida era bastante extraña.   

— No es que lo entienda — admitió el castaño cerrando los ojos y cruzándose de brazos —, simplemente respeto sus sentimientos, aunque, yo no los haya tenido jamás. Hay que saber comprender ¿No crees?  — terminó por decir, dejando al de ojos grises atrapado en un laberinto. ¿Cómo no darle la razón a unas palabras tan verdaderas? Omar sí que sabía cómo cerrarle la boca a alguien.

— Lo que sea — dijo por fin, dando a entender la victoria de su adversario. Esta vez, el joven de ojos azulinos, no hizo ningún tipo de gesto que indicara satisfacción; solamente, se dedicó a abrir los ojos y cambiarse de lugar lentamente.

            Sebastián los interrogó con la mirada, pero ninguno supo que contestarle exactamente, por lo que, únicamente se dedicó a dejar pasar la situación anterior.

— Lo entiendo — soltó el pelirrojo junto con un suspiro salido de la nada. Abrió las piernas y afincó los codos en las rodillas de estas, cruzó las manos y recostó el mentón. Necesitaba pensar cómo iba a sobrevivir sin Karina esos días.

            Sí, lo aceptaba. Él era demasiado pretencioso, aunque prefería dejarlo en el término de dependiente. La primera vez que había tenido que separarse de su novia, casi se había puesto a llorar, por muy raro que sonara eso; pero, era la más pura verdad. Que su querida pelirroja de ojos azul cielo se le fuera, era como si de alguna manera, le faltara la respiración. ¿La amaba tanto así que sentía que moriría si ella no estaba cerca? ¡Oh dios! No quería oír los parloteos de Idan si se enteraba de ello; iba a tener que enterrarse debajo de las piedras para, no escuchar sus repetitivas e incesantes carcajadas. No quería imaginárselo, eso sí sería el Armagedón.
    
— Despreocúpate — lo tranquilizó el castaño con un tono bastante infantil y una sonrisa tipo “arcoíris”, de esas que deslumbran y tienen el efecto del  flash de una cámara —, ¡seguro que te llamará todos los días! ¡Eh! — aseguró levantando los brazos, como si estuviera cantando victoria, aunque, luego se tapó la boca con dramatismo.

            Idan le puso los dedos en la frente y los afincó. Omar se quejó como un infante.

— ¡Lo has dicho otra vez! Y yo que pensaba que habías dejado esa muletilla… ¡La tienes desde que tu madre te tenía en su vientre! ¡Joder! — reclamó con el ceño fruncido y una mueca hostil, como regañándolo por el descuido; pero, Sebastián pudo notar que en el fondo, el rubio de divertía con la situación. Solamente jugaba con él.

            Rió, olvidándose por un momento de todo lo relacionado con el viaje de su novia, únicamente viendo a esos dos regañarse mutuamente, como casi siempre hacían cuando el moreno no estaba allí para calmarlos.

            Volviendo a la residencia casi vacía, un joven de ojos negros miraba excesivamente hacia la ventana, como esperando un milagro, tal vez, el que volviese su hermano. Sonrió amargamente y se centró en los documentos que tenía sobre la mesa. No había podido sacar ningún tipo de cuenta, la desaparición de Alejandro lo tenía bastante inquieto, y si, a todo eso le sumaba el retraso de los pagos de la empresa, iba a volverse realmente loco. Ahora que lo notaba, su hermano había sido bastante egoísta.

            Lo estaba preocupando, y, por culpa de ello, no había podido concluir ni una puñetera cuenta. Demonios, esa noche iba a de mal en peor.

            Pretendía aparentar que todo estaba perfectamente bien, pero en realidad no era así. En ese momento, él podría compararse perfectamente con el mar, tranquilo en la superficie, pero inquieto y lleno de seres desconocidos en el fondo. En realidad, trataba de desligar su vida personal del trabajo, pero algo así no podía llevarse tan a la ligera, ¿qué sabía él lo que estaba haciendo Alejandro en ese momento? Por más inteligente que él fuese, no podía evitar imaginarse a su hermano en manos de algún ladrón o un matón. Le aterraba la idea.

            Le había asegurado a Danielle, que su hermano tenía una mente brillante, que seguramente no les sucedería nada; pero, eso exclusivamente había servido para calmarle los nervios a ella. No había servido para apaciguar sus propios temores… ¡Eran adolescentes a fin y al cabo! ¿Dónde iban a dormir? ¿Podrían comer? ¿¡Con qué dinero subsistirían!? Maldición. Empezaba a perder los estribos. Apretó los puños y le pegó a la mesa, tratando de descargar todo lo que sentía en su interior. Él no era de esos que se descargaban con palabras obscenas, como Idan, por ejemplo. Necesitaba pegarle a algo, aunque, prefería calmarse antes de partir un jarrón… Ya había tenido suficiente con descalabrar unos diez la misma noche en la que Kate se había ido. El momento más horrible que había vivido, por lo menos hasta que Alejandro había desaparecido ese mismo día. Nunca creyó que iba a pasarle algo así, parecía extremadamente lejano.

            Se levantó del asiento y se acercó a la ventana para afincar sus manos en el marco de esta. Si no lo encontraba en una semana, estaba seguro de que iba a morir, y, tendría que avisarle a su madre –lamentablemente-. Eso era lo que más le preocupaba. ¿Cómo iba a reaccionar su madre? No quería ni imaginarlo. Tenía la certeza de que le daría un soponcio.

            No había querido denunciar la desaparición de los dos menores, no por el hecho de que la chica era hija de una famosa estrella de cine, como le había dicho a la joven de hebras rosadas, sino que, si la encontraban a ella junto a su hermano, la madre de esa jovencita podría pensar y hacer muchas barbaridades que perjudicarían a su familia. Sí, estaba siendo egoísta, pero lo que menos quería era darle problemas a su madre y a su hermano, por más desobediente que fuera este último. Ahora que veía más clara la situación, que había buscado al chiquillo en sus lugares más frecuentados y no lo había encontrado, no le quedaba de otra.

            Iba a ir a la delegación. Avisaría a las autoridades de todo el asunto. Pediría discreción, toda la que pudieran brindarle, tanto como para que no saliese en los periódicos. No quería admitirlo, pero, no solamente estaba pensando en él, sino en su escandalosa vecina. Si toda la situación salía en la prensa, ella se sentiría más presionada de lo que ya se encontraba; sería injusto para ella.

            ¿El hermano de un estudiante de administración, el cual, era aspirante a vicepresidente de la empresa de su tío, perdido junto a la hija menor de una estrella de cine?

            No, definitivamente tenía que impedir que ese enunciado saliese.

            Cerró los ojos e inspiró profundamente para luego voltearse. Tragó saliva y descubrió de nuevo sus oscuros ojos, tan parecidos a una piedra ónix. Con su piel centelleando con los reflejos de la luna, se dirigió hacia la puerta con pasos lentos. Le avisaría a Danielle sobre sus planes para el día siguiente, no podía esperar a decírselo después.

            En ese mismo edificio, a tan solo unos cuantos pasos, se encontraba el departamento de la chica de ojos verdes. Su piel lucía más pálida de lo normal, pues acababa de tomar un baño de agua fría para despejarse. La tez de su cara se notaba traslúcida a la luz de la noche, mientras sus ojos parecían brillar de puro anhelo y las pecas hacían creer que bailaban sobre su rostro. Su cabello rosa lucía unas finas ondas, indicadoras de su forma natural. Sí, ella solía alisar su cabello con el secador. Era una costumbre que había tomado desde muy joven, pues su madre y su hermana tenían el cabello completamente liso, así que, ella no quería desvariar, era más bien como para parecerse más a su madre, con la intención de que la reconociese y la halagara. Tanto que había esperado por algo que no sucedió jamás… En fin, no era bueno remover aguas pasadas ni de revivir rencores. Ahora solamente necesitaba encontrar a Julieta, aquella chiquilla que la tenía mal de la cabeza, no podía ser que tuviera tanto contraste con ella. No solamente distanciaban mucho en el físico, sino que también en la forma de pensar y actuar. Si no fuese porque su madre le había dicho de quién era hija, seguramente hasta hubiese llegado a pensar que era adoptada.

      Soltó el aire con pesadez y se encaminó hacia el cuarto. Dormir le iba a calmar, eso quería pensar.

            Sus pasos se vieron interrumpidos por unos leves toques en la puerta principal. Danielle se detuvo en seco a mitad del pasillo, torciendo la boca y frunciendo el ceño, pensando en todas las personas que tocarían su puerta a esa hora. Solamente una se le vino a la mente: Julieta. Su amada Julieta.

            Se le iluminaron los ojos y pegó respingo, con la intención de acallar un grito de pura alegría. Quería estar segura de que su hermana estaba allí, al otro lado de la puerta, pidiéndole que la disculpara por perderse todo el bendito día. Dio la media vuelta, tan rápido que casi se da de bruces con el piso, aunque, por suerte no llegó a este. Su afán por abrir la puerta era más fuerte que la gravedad. Escuchaba con atención los altos tamborileos de su corazón, confundiéndose con sus propios pasos frenéticos; como una niña corriendo hacia el árbol de navidad.

            Todo a su alrededor se movía en cámara lenta, como si corriese y corriese, pero no llegaba nunca a su destino, como parte de una pintura o vídeo que se repetía una y otra vez. La desesperación era más grande que ella, aflicción que desapareció a penas tocó la manilla de la puerta principal y la giró con audacia. Esperaba encontrar una mancha de pelo rubio abalanzándose sobre ella o, unos ojos azules vidriosos pidiendo disculpas, hasta una cara de los más normal blanca y tersa… Pero, cuando notó que lo que tenía enfrente no poseía ninguna de esas características, casi quiso a ponerse a llorar de pura pena. No podía ser cierto.

            Alex miró un poco sorprendido a su vecina, su cara era de decepción total, tanto así que lo ofendía. Estaban en una situación difícil, sí, pero, ninguna joven había puesto tal expresión frente a él, le hacía sentirse humillado en cierta forma. Eso, era producto de la arrogancia, de la cual, no podía deshacerse.     
        
— ¿Danielle? — interrogó al ver que ella seguía mirando sin ver realmente, los botones de su camisa. Al parecer había funcionado, pues la chica levantó la cabeza tan rápido, que hasta al moreno le dolió el gesto.

            Alex no se imaginaba que, era mucho mejor que la joven mantuviese la cabeza baja, pues al momento en la que la había alzado, sus ojos chocaron directamente. La energía entre ellos fue tanta que, la pecosa tuvo que hacer esfuerzo sobrehumano para no caerse ante la intensidad de la negra mirada. ¡Oh dios! Nadie la había mirado como lo hacía él en ese instante. El exterior parecía haber desaparecido, pues ella solamente era capaz de ver el largo cabello negro azabache y suelto, la piel levemente morena y cincelada de su rostro junto a esos ojos que le provocaban miedo combinado con quién sabe qué otra cosa. No quería saberlo tampoco. Le provocaba aún más temor, saber que era ese no-se-qué. Pero, eso no era todo. Los tres primeros botones de su camisa estaban desabrochados, dejando a la vista un pequeño retazo de sus pectorales; algo que cualquiera de sus admiradoras querría ver, pero ella que no era una, lo estaba viendo en vivo y en directo, además, demasiado cerca. Su altura también la intimidaba, no importaba cuanto se alzara, ni siquiera le llegaba a los hombros, solamente podía aspirar a alcanzar unos centímetros más debajo de estos. Era demasiado alto para ser real. Bueno, es que él no era imaginario… ¡Ya ni sabía lo que estaba pensando!

            Por su parte, el moreno no despegaba su vista de aquellos ojos verdes casi infantiles. A pesar de ser consciente de que ella era solamente tres años menor que él, se sentía como un pedófilo al mirarla con esa intensidad que no pudo evitar, no podía quitarse de la cabeza la inocencia de su mirada, ella era como una virgen. ¡Diablos! Nunca había pensado que miraría a su escandalosa vecina de esa manera, pero, en menos de un día, lo había hecho. Su vista se desvió de sus ojos hasta su cabello, pues este se veía levemente húmedo y con ondas. Así que tenía el cabello ondulado, dato interesante… ¿¡Interesante!? ¿¡Qué carajos!?

            Sacudió mentalmente la cabeza y posó la mirada en su cuerpo, que dejaba todo a la imaginación, pues su pijama blanco con bordados grises era tan holgado y tapado que, no dejaba ver absolutamente nada. Un punto a su favor, no tenía que dejar ver mucho para hipnotizar a alguien. Volvió la vista a su cara. Lo que vio, hasta casi le provocó una sensación de satisfacción, pues, las mejillas pecosas de Danielle, estaban tan rojas que, cualquiera diría que se encontraban a punto de estallar.

            Hacerla sonrojar dos veces en el mismo día alimentaba su arrogancia. No era un playboy, como antes lo había aclarado, pero, le resultaba bastante cómico comprobar de nuevo que, la chica de hebras exóticas no era inmune a sus encantos.       
   
— ¿S-si? — respondió ella un poco ida, después de mirarlo por lo que parecieron segundos eternos. Sus arreboladas mejillas parecían recuperar su tono natural, pues, ya no sentía la alta temperatura sobre sus pómulos. Era un alivio. Después podría ponerse a maquinar cosas sobre su reacción tan repentina. 

            Alex apartó los pensamientos anteriores de su cabeza, ahora lo más importante era comentarle sus planes para hacerlo todo más fácil.

— Verás… He decidido avisarle a la policía — informó ocultando su tono derrotado, pues así se sentía por dentro. Había querido aparentar que tenía todo bajo control, como siempre lo hacía, pues nada se le escapaba de las manos.

            La chica de ojos verdosos le miró notablemente sorprendida, ¿no le había dicho que no pensaba avisarle a las autoridades? ¿Qué causas lo habían llevado a cambiar de opinión?

            Ah, claro. Seguramente no tenía todo controlado, como siempre quería dejar notar. Era normal, ni él ni ella eran perfectos, aunque, el moreno invariablemente trataba de buscar soluciones rápidas a situaciones difíciles, cosa que estaba vez, no había logrado del todo.

            Danielle suspiró mientras asentía. Veía venir las consecuencias de avisarle a la policía sobre la desaparición. Si su madre no había llamado desde hace tres días, sin duda alguna lo haría después de la segura transmisión de la noticia. No iba a llamar para saludarla muy cordialmente, claro que no, sino que, más bien iba a comunicarle su más perfecto descontento con ella y todos los que la rodeaban. No quería imaginarse la cara de Daniela Márquez imitando una granada. Que va.    
  
— Esta mañana me dijiste que no ibas dar parte a la policía — recordó antes de torcer la boca —, prácticamente me dijiste que me faltaba cerebro cuando propuse eso — se quejó como niña chiquita, haciendo de nuevo su mueca tan característica con los labios.

            Alex se puso una mano sobre la cabeza. Eso era cierto. Cuando le había dicho que iría a la delegación, él la había detenido a toda costa, con la excusa de que se armaría un escándalo si se enteraran de la desaparición de la joven rubia, pero ahora, como ya había aclarado antes, no tenía opciones.

— Lo sé — admitió inexpresivamente, causando que la chica de hebras rosadas, quisiera ahorcarlo de nuevo —. Pero ahora no me cabe la menor duda, buscaremos a los dos con las autoridades, si se sienten amenazados por tanta gente buscándolos, entonces volverán — aseveró, como si estuviese completamente seguro de que una manzana caería de un árbol cuando él lo indicase.

            ¿Sería realmente tan fácil como él lo hacía ver? Esperaba con devoción que así fuera.
— Vale — dijo resignada, parpadeando con una delicadeza efímera que no pasó desapercibida por el galeno.

            ¿La suavidad de sus gestos se colocaba en evidencia ante el sueño? Ya era muy tarde, y, no cabía duda que la chica estaba perdiendo la batalla contra el sueño.

— Bien. Mañana pasaré por ti a las nueve — informó claro y preciso, dándole la espalda y empezando a caminar, acto que le dio oportunidad a Danielle para observar su ancha espalda, que con un único vistazo, le causó un escalofrío infernal, producto de algo que no supo diferenciar. 

            No estaba embelesada con su espalda, pero si había algo que admitir, eso era su inexplicable negación a despegar la mirada de su escoria de turno. Diablos, algo extraño sucedía en su entorno. Si no estuvieran en esa situación, seguramente jamás lo habría visto como ahora lo veía, menos… ¿intolerante?, ¿más confiable? No sabía cómo definirlo.

— ¡Bueno! estaré despierta en cuanto llames — dijo con energía, casi lanzando un chillido. No podía esperar al día siguiente.

            El moreno se preguntó de nuevo si era bipolar. Hace unos segundos había estado tan desganada que pensaba que se desmayaría, ahora parecía haber recobrado las energías… Oh dios, no sabía si podría sobrevivir al tenerla cerca con ese temperamento tan cambiante. Se masajeó la sien y abrió la puerta de su departamento, bajo el escrutinio de la chica de hebras exóticas, del cual, era plenamente consciente. Escuchó el chirrido bajo de la puerta ajena, por lo que se dispuso a decirle algo con rapidez:     

— Trata de dormir con la mente en blanco — sugirió con una voz que, a una Danielle sobresaltada, le pareció como de ultratumba, o tal vez solamente era el efecto que causaba el eco en el largo pasillo —. No te preocupes mucho, pues mañana no te quiero ver dormida en el asiento del copiloto. Buena noche — deseó, entrando completamente a su aposento, sin darle la cara en ningún momento a la chica, que ya a esas alturas, lo miraba cerrar con lentitud la puerta con una mueca horrorizada y retorcida.

            ¿¡En realidad creía que ella tendría el descaro de dormirse en su auto!? ¡Ni loca! No fuera a ser que la dejara tirada quien sabe dónde.

— Estúpido — masculló entre dientes, para luego darle un gran portazo a su propia puerta, hecho que causó que el hombre de pie en medio de la oscuridad, sonriera sin poder evitarlo. Le divertían sus reacciones.

            En fin, los dos tendrían que dormir profundamente, pues, al día siguiente se levantaría más temprano para la labor que llevarían a cabo.

            Danielle se hizo un ovillo en su cama, siguiendo el consejo que su contiguo le había dado. No quería seguir sus sugerencias, por más infantil que sonara eso, pero esta vez lo pasaría por alto. Necesitaba recuperar las fuerzas para mañana, y, ahora que se acordaba, no había comido casi nada en todo el día. Con la mente en blanco y el cuerpo ligero, fue cayendo en un profundo sueño, del que no se despertaría hasta a primera hora de la mañana el día siguiente.

            Por su parte, el galeno ya tenía su ropa de dormir lista sobre la cama, pues, estaba a punto de desvestirse, sin importarle mucho el hecho de que la brisa que entraba por su ventana, era tan fría como el de aquella noche en la que se había enterado de la partida de Kate a otro país para cumplir su sueño. Ignoró el asunto. No tenía tiempo para acordarse de ella en esos días que pasarían.

            Los momentos que viviría a partir de esa misma noche, lo harían ver muchas cosas, descubrir que había mucho más allá de lo que sus ojos le mostraban, sucesos que, inevitablemente, alejarían a su antigua novia de su mente por un buen rato.   

            La oscuridad de la noche, daría paso a un gran día en pocas horas. Un día que cambiaría la dirección de todos los involucrados en el asunto. La madrugada pasó rápidamente, como si hubiese una mano neutra apurando el transcurso de los hechos, así que, en menos de lo que cantaba un gallo, ya el sol estaba saliendo en todo su esplendor.

            Eran las siete en punto cuando Danielle despertó. Con el cabello un poco enmarañado y los ojos tan pegados –que parecían haber sido víctima del silicón-, la chica de hebras rosadas se levantó con desgana hacia el baño, prestándole ni la más mínima atención con las cosas que se tropezaba.  

— ¡Levántate Julieta! — musitó aún un poco dormida mientras entraba al lavabo. Esperó un minuto antes de volver a gritar —, ¡ya haré el desayuno, así que no quiero que se te enfríe! — exclamó tirando la cadena del retrete, esperando que su rubia hermana menor contestara.

            Se puso frente al espejo y abrió sus grandes ojos verde jade, aunque no alcanzó a asustarse por su aspecto tan desgarbado por las mañanas, más bien, la asustó acordarse de otra cosa. Se dio cuenta de su gran error. Julieta no estaba presente ese día. Casi quiso ponerse a llorar de nuevo, pero lo evitó a toda costa. Se cepilló los dientes y se aseó en menos de una hora. Cuando fue a preparar el desayuno, ya solamente faltaban cinco minutos para las ocho de la mañana, todavía le quedaba tiempo para comer algo.

            Mientras preparaba unas tortillas, se acordó de la rubia. ¿Habría ya comido? ¿Dónde había dormido? ¿Dónde se encontraba ese día? Esas y muchas más preguntas llegaban a su mente mientras comía como pajarito. Quería decir que su hermana era ingrata por lo que había hecho, pero, por alguna razón no podía siquiera llegar a pronunciar esa palabra.   

            Cuando terminó de comer, fregó lentamente el plato y la sartén que había utilizado para, luego dirigirse a pasos de gigante hacia su cuarto. Faltaba solamente media hora para el momento acordado.

            En el momento en el que abrió su armario, optó por algo que la tapara del frío, pero, que al mismo tiempo fuera cómodo para andar. Así que optó por una de sus chaquetas de lino negra, un blusón color crema, un jean a juego con la chaqueta y unas converse que combinaba los dos colores. Sí, no tenía mucha gracias en ponerse dos colores que contrastaban, pero ahora no tenía tiempo para tomar clases de “cómo combinar la ropa”. Después de vestirse, observó el reloj. Veinte minutos. Todavía le quedaba tiempo para humedecerse un poco más el cabello y pasarse el secador, así que lo hizo; terminando justamente cuando el reloj marcaba las nueve.

            Se colocó el abrigo, tomó sus llaves y su cartera con todo lo necesario. Agarró una pequeña foto de Julieta y le dio un beso para luego, guardarla en uno de los bolsillos de su chaqueta. Esperaba poderla encontrar ese mismo día.

            Abrió la puerta con parsimonia, mirando a todos lados para ver si veía a alguien, pero, no lo vio. Torció la boca y frunció el ceño. El señor puntual ni siquiera daba señales de querer abrir su puerta. Suspiró enfadada y dio de zancadas hasta lo alto de la escalera, y ella que pensaba que no la haría esperar… ¡Ah, pero que cosas! ¿Quién podía entenderlo?

            Antes de patalear, se percató de que alguien la observaba desde abajo. Casi quiso darse de cachetadas al ver quién era. Alex se encontraba de pie justamente en el corredor de abajo, con un pequeño hilo de cabello negro descansando a un costado de su cara, el cabello recogido en una coleta baja y, un traje grisáceo que lo hacía ver como un importante hombre de negocios, y, hasta un poco mayor de lo que realmente era. Llevaba un maletín negro y una expresión capaz de helar al que se le cruzara, pero, lamentablemente, la joven pecosa ya sabía que esa era la cara de limón chupado que siempre tenía.  

            Bajó las escaleras rápidamente, siendo seguida por la mirada neutra del hombre que la esperaba, hasta que llegó junto a él.           

— ¿Lista? — preguntó sin siquiera decirle “buenos días”, por lo cual, Danielle casi le entrecerraba los ojos y lo fulminaba con la mirada.

— Ya — aceptó la muchacha mientras asentía con fulgor —. Pensaba que… — su frase quedó en el aire, pues al momento en el que intentó completarla, una bocina los distrajo. Justamente como había pasado el día anterior, solamente que esta vez, Alex no había lanzado improperio alguno, sino que, se dedicó a fruncir el ceño con extrañeza.

            ¿Qué hacía la camioneta de Sebastián allí enfrente? Además… Él nunca tocaba la bocina, simplemente descendería de esta y preguntaría por él al vigilante… ¡Oh no!

Se puso la mano en la frente, siendo víctima del escrutinio que una atónita Danielle le dedicaba.  

— ¿Le mencionaste algo de esto a Omar?  — interrogó girándose en segundo hacia ella. La chica se sobresaltó ante aquel acto y pregunta… ¿Por qué iba a contarle algo así al castaño? No quería abrumarlo con sus problemas.

— Por supuesto que no — negó un poco molesta ante la desconfianza —. No tendría porque decirle algo de esto — verificó mientras veía tres chicos acercarse a las puertas de edificio.

            El moreno de coleta, suspiró con desgano. No quedaba de otra más que decirles la verdad, no fuesen a creer cosas que no son. Observó que el vigilante los detenía en la puerta, así que él salió en su búsqueda, seguido muy de cerca por la joven.

— ¿Qué tal Alex? — escuchó decir a una enérgica voz, perteneciente a un pelirrojo de ojos grises medianamente oscuros —, disculpa la hora, pero estos dos — tomó, al rubio y al castaño que lo acompañaban, por las orejas, como si fuese una maestra regañando a sus dos revoltosos alumnos — casi me ponen un arma en la cabeza para que viniera — concluyó soltándolos y estos quejándose, causándole un poco de gracia a la moza.

— ¡Nosotros no te obligamos tío! — exclamó Idan, como si estuviera defendiéndose a capa y espada de una acusación falsa.

— Verdad, nosotros solo te sugerimos que nos acompañaras — aplicó Omar con una pose tipo sabia, cosa que con su cara infantil, no lograba con vencer del todo — ¡Hola Danie! — soltó eufórico agitando la mano en su dirección. Danielle casi se sonrojó por la brillante sonrisa que este le dedicaba.

— ¿Cómo te va Danielle? — preguntó el albino con una sonrisa —, ¿ibas de salida con este espécimen? — siguió en tono picarón, causante de la vena sobresaliente en la frente del pelinegro. La chica de hebras rosadas parpadeó varias veces, tratando de comprender su tono de voz, aunque, no le sonó de nada. El hombre de ojos grisáceos muy claros, suspiró derrotado.

            Esa niña no entendía indirectas ni intenciones.

— Precisamente, íbamos de salida — asintió el chico, dejándole la boca abierta a los tres espectadores —. Pero, no para lo que ustedes creen — dijo en un tono que no admitía discusión, causando así que los tres dejaran de mostrar la lengua al mismo tiempo —. Más bien, estamos buscando a Alejandro y a su hermana — señaló a Danielle — desde ayer — culminó con el mismo tono serio que lo identificaba. Omar y Sebastián asintieron al unísono.

— ¿Por eso estaban juntos ayer? — comprendió Idan en voz baja. No se lo hubiese imaginado.

— En el centro también estaban juntos — recordó el pelirrojo —, ¿Alejandro se ha perdido con la hermana de Danielle? Hm… — maquinó colocándose una mano en el mentón.

            Todos, suspiraron mentalmente.

— Listo, ya tenemos el gran transporte de Sebastián, así que… ¡A buscarlos! — animó el de ojos azules, tomando de la mano a una sorprendida y alterada chica de hebras exóticas. Corrió con ella detrás, sin soltarla ni un segundo de la mano hasta que llegaron al automóvil. Los chicos arribaron a su altura sin prisas.

            Sebastián tomó su lugar en el asiento del piloto. En la parte de atrás, Idan y Omar se colocaron bastante cómodos, pues sobraba espacio.

            La joven de ojos verdes miró al de ojos negros.

— ¿¡Cómo!? — preguntó la chica notablemente aterrada —, ¿iremos a buscarlos con… toda esta gente? — concluyó con expresión contrariada, a la par del suspiro cansado soltado por Alex.

            Tener a Sebastián, Omar, Idan y Danielle juntos, era como el principio del apocalipsis. Sin duda alguna.

— No nos queda de otra. Mientras más gente, más fácil — trató de convencerse al abrir la puerta del copiloto para montarse.

            La muchacha se quedó en el mismo lugar, hasta que, los chicos más hiperactivos del grupo, le dieron espacio entre ellos y la llamaron. La joven se subió sin dificultad, pata, luego ver como el castaño cerraba enérgicamente la puerta.

            Sebastián empezó a manejar, sin percatarse siquiera del pequeño automóvil negro con vidrios ahumados,  ubicado a unos metros más allá.

— Señora — llamó un hombre dentro de este.

¿Sí? — respondió una voz femenina y delicada al otro lado de la línea.

— Ha salido en auto, pero no hay rastros de vida. No ha habido señales desde ayer por la mañana   — indicó en tono neutro.

Sigue el auto. Si la situación continua así, iré yo misma — dijo antes de colgar, por lo que el hombre, empezó a manejar siguiendo a la camioneta color plomo. 


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¡Espero que hayan disfrutado el capítulo seguidores! 


¡Se me cuidan!


PD: No sé si saben, pero eso de «martes trece» tiene mucha fama acá en mi país (Venezuela). Se dice que es un día de muy mala suerte, y a toda costa se debe evitar pasar por debajo de una escalera o cortarte con un cuchillo. Yo no lo creía, pero el martes trece pasado, pasé por debajo de una escalera, tuve una pésima suerte toda la semana. Me pasaron cosas que no me habían pasado nunca -.- que fuerte, ahora ya ando paranoica (ok, no xD)

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