jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo 6: Un par de jades

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Capítulo 6
Un par de Jades
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— No quiero ponerme a pensar que todo fue inútil — hablaba una desganada chica de cabellos rosados.

            Danielle, la cual se encontraba sentada bastante inclinada hacia delante en los primeros escalones del edificio residencial del cual había adquirido un lujoso edificio, suspiró desganada. Sus manos se mantenían en sus mejillas sonrosadas por el frío que viajaba por el ambiente y sus ojos estaban tan cristalizados que realmente sabía que en cualquier momento iba a ponerse a llorar… ¿Cómo había pasado todo eso? No había encontrado a su hermana ni algún indicio que dijera dónde estaba. Todo era tan injusto…

— Calma. — Dijo el chico que se encontraba de pie frente al portón con los labios arrugados y el ceño bastante fruncido. Ya no valía fingir que todo el asunto le importaba tres rábanos porque realmente se estaba empezando a preocupar, Alejandro al parecer se había tomado todo el asunto bastante en serio con eso de escaparse sin dejar rastro o pistas. Quiso maldecirse por ser tan como era, a veces quería gritar como en ese momento, pero simplemente el rugido de preocupación no salía de su garganta, era bastante evidente que estaba atorado —, estoy seguro de que no han de estar muy lejos de aquí… Son menores de edad y no tienen dinero. — Simplemente aseguró colocando sus manos dentro del bolsillo de su saco. Hacía un frío tremendo.

            La angustiada pecosa de cabellera exótica rodeó sus piernas con sus brazos y ubicó su rostro en el espacio restante entre sus extremidades y su tronco para evitar que Alex notara que estaba empezando a llorar. No sería mucho problema, pues ella acostumbraba a llorar en silencio.

            Desde pequeña.

            Su infancia no había sido una de las maravillas mundiales, por supuesto que no. Ella aunque recordaba muy remotamente las veces que su madre la dejaba en casa de su abuela, -la madre de Daniela- recordaba todas las lágrimas que había derramado por ser incapaz de acordarse siquiera del rostro de su padre o ganarse alguna felicitación por parte de su madre.

“¡Se una niña fuerte, Danielle!” Solía decirle su abuela materna cada vez que la encontraba llorando en el rincón del baño más alejado de la mansión y luego salía dando un sonoro portazo haciendo que la pequeña pelirroja se levantara del suelo de un tirón y se limpiara las saladas lágrimas con el dorso de sus pequeñas y blancas manos.

Salía como si nada hubiese pasado.
   
Aunque por dentro estaba desesperada por hacer un berrinche en busca de la atención que jamás había tenido.

Y tal vez, nunca obtendría.

Alex, el cual se encontraba mirando la calle desierta a través de los cristales de la puerta principal recostado muy cómodamente de la pared, se giró hacia la escalera y notó que la joven de ojos verdes tenía la cabeza incrustada entre sus piernas y su talle, a la vez que hipaba casi imperceptiblemente, aunque él sí que escuchaba  claramente sus quejidos gracias a la tranquilidad y silencio que le proporcionaban las paredes de aquel majestuoso y lujoso edificio.

¡Joder! ¡Como odiaba que una mujer llorara! Seguramente eso mismo había pensado cuando la vio llorar en la escalera antes de salir en busca de sus hermanos.

Aunque la Montenegro no era santa de su devoción, seguía siendo una mujer. Una frágil y bastante llorona mujer. Era por eso que aunque ella fuese la persona que menos soportaría en el planeta, no podía evitar ese instinto protector que le nacía del fondo del alma cuando veía a una fémina llorando… ¿Por qué se le habría desarrollado ese reflejo? Era muy extraño, ya que no es que tuviera muchas hermanas y su madre definitivamente no necesitaba de su ayuda para consolarse, siempre se encontraba más que feliz de la vida.

Tensó los hombros y apretó la mandíbula, tal vez para prepararse para un certero golpe por parte de su escandalosa vecina por lo que estaba a punto de hacer, pero por lo menos eso sería mucho mejor que verla cabizbaja y escucharla hipando a causa de el escape de esos dos críos que le estaban colocando el mundo patas arriba como las cucarachas. Se acercó hacia la mujer de exóticos mechones rosados y ojos verdes muy claros e hizo lo primero que se le ocurrió: colocarle una mano sobre la coronilla.

La pecosa dejó de hipar inmediatamente y levantó la cabeza como si fuese un títere a punto de dar función. Alex se sobresaltó ante aquel repentino movimiento, pero luego de observar el semblante perplejo y los ojos inocentes casi infantiles de su tormento diario, optó por acariciar sin prisas aquel extraño cabello lacio que ya le causaba más que una curiosidad pasajera ¿Habría ella misma decidido teñírselo?

            ¡Diablos! ¿¡Qué hacía preguntándose esas cosas!?

            Apartó la mano de aquella cabeza rosada y observó a la dueña de ojos verdes con una pregunta evidente sin una posible futura respuesta. Danielle observó aquellos posos oscuros de su escoria de turno y no supo descifrar lo que aquella mirada querría transmitirle, esos ojos inexpresivos e irremediablemente fríos eran un total acertijo para ella, aunque no por eso, evitó que una sincera sonrisa surcara sus labios rosados en una clara muestra de agradecimiento, sin embargo, no pudo evitar disfrazar esa sonrisa luego de unos escasos segundos. Definitivamente todo empezaba a olerle mal. Y no precisamente porque no se había bañado.

            El moreno observó la sutil mueca casi trivial tan característica de su vecina escandalosa, y pudo jurar haber visto algún vestigio de lo que había sido una sonrisa en agradecimiento antes de que la pecosa se empeñase en colocar aquella mueca insistente que no dejaba de hacer jamás. Bueno, estaba seguro de que por lo menos estaba satisfecha de que él le ayudase un poco con el problema, de todos modos ese asunto les competía a los dos.   
       
¿En dónde me has metido, Alejandro? — Se preguntó a sí mismo luego de dar un suspiro y sorprenderse del retorcijón de corazón que, la muy llorona de Danielle le causaba cada vez que la veía derramar lágrimas frente a él.

            Seguramente si su querido hermano menor lo viese en esos instantes estaría revolcándose en el piso de la pura risa. Sí, eso era bastante probable. Casi lo pudo oír reclamándole que se olvidara de Kate de una vez por todas e intentara rehacer su vida con otra persona que si valiera la pena y no lo dejara por lo que seguramente era un sueño pasajero como ella misma lo había dispuesto. Miró a la chica que seguía sentado en la escalera y casi le dio ganas de burlarse de sí mismo y de sus pensamientos.

            ¿Danielle la torpe, escandalosa y explosiva junto a él? ¡¡Eso tendría que ser una broma digna de una obra de comedia!!

            Rodó los ojos y se dio una sonrisa sarcástica. Que tuviese algo con aquella chiquilla era algo bastante imposible. A él no le gustaban las chicas de ese tipo. Si se ponía a comparar a Kate con su tormentosa contigua, obviamente aquella batalla la ganaría su ex novia sin importar lo mala y dejada que hubiese sido esta.

            A él le gustaba las chicas serias, elegantes y calladas; no las chicas explosivas, entrometidas y ruidosas hasta decir basta. Tenía mucha fijación por las pelirrojas naturales, de mirada cautivadora y gestos exquisitos, todo lo contrario a Danielle, que podría dejar a medio vecindario sin vista con tan solo echar un atisbo a ese cabello rosa chicle, causar ternura en cualquiera al mirar sus infantiles ojos verdes o simplemente asustar a medio planeta con sus movimientos ocasionalmente torpes.

            No, definitivamente lo que estaba pensando era como una pesadilla.

            Es más… ¿Cómo le habrían llegado esas conclusiones a la cabeza? ¡¿Por qué estaba pensando esas cosas!?

            El fuerte sonido de una bocina bastante conocida lo sacó de sus pensamientos con un fuerte sobresalto. ¡Al demonio! Iba a matar a Idan por asustarlo de esa manera.

            Danielle que no había parado de mirar a un bastante raro Alex, también se sobresaltó por la repentina resonancia del claxon de un auto que no había visto por allí jamás, ¿serían viajeros perdidos? Era bastante raro divisar gente extraña en esa residencia tan encerrada.

            A través de la puerta de cristal que resguardaba el salón principal del  edificio, se podía notar como un castaño claro acompañado de un rubio bastante pálido, se bajaban de aquel auto plateado, caro y bastante llamativo estacionado correctamente frente a la acera de enfrente. La muchacha de mechones exóticos se extrañó en sobremanera, pues, Alex había lanzado un improperio que jamás había oído salir de esa boca.

            ¡Sí el no decía esas groserías! ¿El mundo se estaba volviendo loco como su confundida mente?

            Siguió con la mirada al chico moreno de traje mientras este salía, y, se dio cuenta de que él conocía a aquellos visitantes. ¿Serían también sus amigos? Le costaba creer que un hombre como él tuviera unos amigos con esas… pintas.

            ¿No era impensable? ¡Ella nada más decía! El castaño de cabello levemente largo llevaba unos ropajes deportivos con colores bastante llamativos y un estilo de pelo bastante despeinado para su gusto. Por su parte, el rubio tenía un enorme tatuaje de dragón que le cubría todo el brazo derecho desde el hombro hasta la muñeca, todo eso podía verlo gracias a que poseía una camiseta blanca sin ningún tipo de manga.  ¡Sacrilegio! ¿Qué era lo que estaba viendo? Definitivamente, los exóticos amigos de Alex eran todo lo contrario a la fina y elegante personalidad que poseía el moreno… ¿Quién se lo hubiera imaginado? ¡Porque ella ni en un millón de años!     

            Observó horrorizada como esos tipos se acercaban a la entrada principal siendo precedidos por el ahora “Apocalíptico Alex” –apodo recientemente inventado por Danielle a causa de aquellas compañías, sobre todo del chico con el tatuaje-, y no pudo hacer más que levantarse de las escaleras como si fuese una digna hija de “Rayo veloz”. ¿Qué le hacía pensar a esa escoria que podía dejar entrar al edificio a gente de dudosa procedencia? ¡Por su madre!
              
            Los chicos al fin entraron, y la pecosa de cabello rosa observó la escena como si fuese una catástrofe a nivel mundial -entiéndase por la cara horrorizada-.

            Alex la miró de una manera muy rara, Omar la observó embelesado y solo bastó un microsegundo para que Idan, alias el albino, soltara una de sus barbaridades:  

— ¿Es tu nueva novia? — Mencionó señalándola con ese tono pícaro que lo caracterizaba de aquí a Pekín.

            Danielle no pudo evitar volver a sonrojarse, mientras hacía aquel mohín con los labios por pura costumbre. Por su parte, el moreno de coleta un pudo evitar chocar la palma de su mano con su propia frente esta vez. ¿Por qué todos sus amigos tenían que creer, preguntar o pensar que ella era su novia? ¿No podían ser más discretos? ¡Por el amor a dios! ¿Realmente la veían como su novia? ¿Es que no se acordaban de Kate o qué?

            ¡Joder! Kate se metía en su mente en los momentos menos oportunos…

            ¿Qué tan posible sería olvidarla?

— ¡Idan! ¿Viste su cabello y sus ojos? ¡Eh! — Interrogó un Omar maravillado ante tan muchacha exótica, la cual, estaba bastante sonrojada por la repentina cercanía de aquel castaño de penetrantes ojos azulinos.

            ¿¡Quién le había dado permiso de invadir su espacio personal!? ¡Ah, eso era el colmo!

            Y, como si el destino quisiera ponerse en contra de las súplicas de la joven, el chico de cabello casi blanco y ojos grises como la plata, se acercó y la inspeccionó de arriba abajo.   

— ¡Vaya! Sus ojos parecen un par de jades. — Contempló con asombro aquellos ojos verdes muy claros e inocentes, cuya mirada se veía interrumpida por los constantes pestañeos de incredulidad de la dueña de aquellos ojos.

— ¡Y el cabello lo tiene rosado! ¡Siempre quise una novia con ese color de cabello! ¿Quieres ser mi novia? — Atosigó Omar, que con su sonrisa tan brillante, casi dejó sin vista a la pequeña Danielle.

            Y definitivamente, se sentía sumamente pequeña ante la mirada maravillada de aquel castaño, la sonrisa seductora del rubio platinado y la expresión sombría casi espeluznada del moreno. Y ante todas esas miradas y expresiones: Danielle Montenegro, se desmayó.

¡Cielos! Tengo que encontrar a Julieta para que me saque de este terrible momento. — Fue lo último  que se paseó por la mente de una chica recientemente inconsciente, siendo sostenida por los dos nuevos individuos, poseedores de unas expresiones asustadas.

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