jueves, 13 de octubre de 2011

Prólogo: ¡Estúpido!

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Prólogo
¡Estúpido!
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                Y su mundo se le había caído a sus pies. De nuevo. Otra vez.
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                ¿Qué es lo que había hecho mal? ¿A caso era una especie de castigo por lo tranquila que era?
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                No, definitivamente no podría haber ningún castigo divino por ser tranquila, pero entonces… ¿Por qué precisamente a ella le pasaba eso y no a otra persona?
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— ¡¡Maldición!! ¡¡Que me saquen el cuero con un cuchillo!!— La muchacha había lanzado un grito infernal que seguramente había despertado a medio barrio.
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                ¿¡Pero como no lanzar ese grito infernal si su pequeña y dulce hermana se había escapado!?
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                Mejor dicho: Cierta personita hermano de cierta escoria se la había robado. ¡La había raptado!
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Dio zapatazos al puf que se encontraba pulcramente colocado enfrente de la mesita de cristal que cargaba en sí unas cuatro fotos tomadas hace unos cuantos meses. La chica dejó de darle patadas al asiento y tomó entre sus manos algunos mechones de cabello rosa, producto de un hermoso experimento de su hermanita. Un muy elaborado experimento.
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                Se haló de los cabellos y se mordió el labio tratando de no dejar escapar un gritillo de furia.
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                ¡Quería matar gente! En especial a cierto moreno de cabellos largos por no cuidar bien a su estúpido hermano menor.
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                Estaba cabreada. Muy cabreada. Tan cabreada que se podría comparar muy bien con King Kong.  
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                Danielle Montenegro, joven de veinte años con un no tan formado cuerpo y grandes prejuicios contra el mundo, caminó  a zancadas hasta la mesa del comedor y miró otra vez la nota dejada por su hermana. La soltó, pataleó y se haló de nuevo los mechones exóticos, justamente como había hecho hace más o menos media hora cuando leyó aquel recado por primera vez.
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                Jadeó. Gritó. Exclamó. Bufó.
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                Pero de repente se dio cuenta de que en realidad eso no iba a traer a su hermana de vuelta. Tenía que hacer algo urgente. Y eso era ya.
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                ¡¡Ya!!
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                Sacudió la cabeza y tomó de la mesita de vidrio una de las fotos de su hermana. Tan rubia como su madre y con los ojos tan azules como los de su padre.
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                Que no era el mismo que el de ella.
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                Su hermanita Julieta Márquez había sido fruto del segundo matrimonio de su madre: Daniela Oswell. Que ahora se apellidaba Márquez, pero antes se había apellidado Montenegro. Y es que su madre era tan conformista y tan tranquila que no había esperado ni cinco años para volver a casarse. Según su filosofía, en dos años se perdía la vida. Así que justamente después de tres meses del divorcio con el señor Montenegro, Daniela se había vuelto a casar, y no con cualquiera, sino con Julián Márquez: Un magnate en los negocios y extremadamente manipulador.
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                ¡Joder que ella no recordaba esa boda! Y no era para menos, solo tenía cuatro años en aquel entonces. Así que era mejor no recordar nada. Total, ella quería mucho a Julieta, como si no fuese simplemente una medio hermana.
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                Se observó en el espejo. Sus ojos verdes estaban llorosos y rojizos de tanto soltar lágrimas y sus párpados parecían estar a punto de caerse en cualquier momento por la hinchazón que tenían. Pero nada de eso opacaba a su cabello rosa. Rosa chicle.
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                Había dejado que la rubia de su hermanita experimentara con su cabello castaño rojizo claro, sin saber que ella había mezclado un descolorante con otra cosa que no quería saber que era y le había dejado ese color. Horrible color.
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                ¡Inmoral color!
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                Pero aún así no quería quitárselo, se sentía bien que los jóvenes te miraran por la calle con admiración por tu escandalosa hazaña de llevar el cabello rosa y largo por la calle mientras veías las caras indignadas de las señoras mayores al ver tu estilo… ¿Cuál era el problema? No le gustaba el rosa, pero llevar la melena de ese color la hacía sentir rebelde, además…
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¿¡Pero en qué coño estaba pensando!?
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                ¿¡Cómo podía ponerse a pensar en el chicle que tenía por cabello cuando su hermana estaba secuestrada!?
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                Volvió a lanzar un alarido enojado. Miró al espejo con molestia contenida y dejo al descubierto sus blancos dientes, no tan perfectos pero blancos al fin y al cabo.
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— ¡¡Voy a matarte, Alex Sabaraín!! — Exclamó enseñando el puño; lo único que le devolvía la mirada era su imperioso reflejo.
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                “¡Eso Danielle!”
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                En serio, nadie querría ver su mal humor.
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— ¡As! — Estornudó un pelinegro de coleta antes de parar definitivamente el ejercicio que estaba haciendo. Tenía el torso fornido desnudo y por este corrían varias gotas de sudor.
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                Los tres hombres que lo acompañaban lo miraron raro.
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— Estornudas como jovencita… eh — Se burló un castaño claro de ojos azules sin dejar de hacer su trabajo en la máquina de correr.
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                Alex Sabaraín, joven corpulento de veintitrés años, cabello tan negro como la noche, ojos del mismo color, bastante alto y maduro; ni se preocupó por fulminarlo con la mirada. Tomó una pequeña toalla que luego se puso sobre los hombros y bebió un poco de agua.
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— Es normal que estornude, es muy popular entre las féminas — Argumentó Sebastián mientras alternaba la pequeña pesa entre sus manos —. Oye, vas a morir amigo — Dijo seriamente al ver las fervientes sentadillas que elaboraba Idan, cuyo cabello era tan amarillo que parecía blanco.
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                Este paró justamente en la sentadilla número mil.
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— El entrenador Yohiro me ha dicho que debo entrenar duro toda esta semana — Informó con agitación antes de volver a lo que estaba haciendo segundos antes.
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                Omar, que era el castaño que había hablado antes, levantó una ceja e hizo una mueca graciosa con la boca.
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— ¡Oh vamos es solo una competencia estatal de natación! Eh — Se quejó agregando su repetitiva muletilla mientras él también dejaba de hacer ejercicio y se quitaba igualmente la camisa.
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                Hacía un calor tremendo.
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— A ese paso llegarás muerto — Habló por primera vez el pelinegro de coleta mientras se dirigía hacia su bolso negro para tomar su celular.
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                Marcó un número bastante conocido para él y espero varios segundos. Éste no le contestó.
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                Frunció levemente el entrecejo.
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— ¿Qué estará haciendo Alejandro? — Se preguntó con curiosidad sabiendo las juergas que se agarraba su estúpido hermano menor, pero en este caso era muy temprano aún.
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— Santa putísima mierda… — Susurró Idan exaltado por lo que veía.
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                Sebastián rodó los ojos con fastidio. Siempre ocurría eso.
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— Deja de decir palabrotas albino — Le advirtió estando de espaldas a él.
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— ¡Santa putísima mierda! — Exclamó Omar con ansiedad.
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                El chico de cabellos tan rojos que parecían naranja,  se volteó ahora interesado por la cuestión, solo para encontrarse con una oscuridad total.
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                Bufó con fastidio.
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— Ni hablar compañero, tú tienes a la linda de Karina — Advirtió Idan mientras le guiñaba el ojo a una de las chicas que habían entrado al gimnasio.
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               Sebastián se deshizo de la mano de Omar y observó hacia la misma dirección.
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— Ninguna supera a mi novia — Habló con desdén después de detallarlas.
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                El castaño de cabello medianamente largo miró al moreno.
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— ¿Y tú que, Alex? — Preguntó levantando una ceja para luego sonreírles a las señoritas que los miraban casi embobadas.
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                El moreno simplemente se encogió de hombros como si no le importara nada y, sin siquiera echarles una observada a las mujeres, se concentró en marcar de nuevo el número de Alejandro. Sin esperarlo, se vio rodeado por los hombros a causa de un brazo de cierto albino. Idan era una horrible molestia en su vida; perfectamente comparable con un dolor de estómago.
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— ¡Hombre! Deberías olvidarte de Kate — Dijo antes de chasquear la lengua y negar con la cabeza.
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                Alex giró su negra e inexpresiva vista hacia el albino y flexionó un poco las rodillas para quedar a la altura del otro.
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                Idan se indignó y lo soltó en un dos por tres.
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— ¡Joder! No era necesario que me recordaras eso ahora para librarte de mí — Se fastidió al resonar en su altura. Alex era muy alto, casi de un metro noventa, y él solo uno ochenta…
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                ¡Ah! La vida es injusta.
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— Solo dice la verdad… Eh — Murmuró Omar al aire con un tono bastante más serio del que solía utilizar.
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                El moreno de coleta simplemente los ignoró olímpicamente torciendo la boca cuando su llamada caía por cuarta vez al buzón de mensajes.
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                O Alejandro no le quería contestar o estaba en algo raro…
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                Kate
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                Torció la boca más notablemente. La hermana mayor de Karina, la prometida de Sebastián, había sido su novia hacía un año y medio. La mujer  de largos cabellos tan rojos como los de su hermana y de ojos marrones claros había tenido un placentero romance con él, si bien, ella era mayor que Alex, eso no había impedido que ellos anduvieran en un compromiso, ya que inevitablemente el pelinegro parecía bastante mayor por su carácter maduro cuando solo tenía unos veintiún años en aquel entonces. Desde allí, todo pareció una especie de “Camino de rosas”, sus padres estaban realmente tan entusiasmados que casi empezaban a hacer preparativos de boda sin siquiera haber fijado la fecha. Todo era felicidad… por lo menos hasta que ella se largó de su vida.
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                Sí, porque se había escabullido como una silenciosa serpiente pitón.
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                Lo había dejado por su carrera de diseñadora. No la culpaba, pero tampoco le aplaudía la gracia.
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                Se había ido sin despedirse, con la tonta excusa de “No quiero hacerle daño a mi querido Alex”  ¿Es que a caso no lo había creído lo suficientemente maduro para afrontar tal situación?
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                Ciertamente no. Y en realidad ya no quería seguir removiendo aguas pasadas.
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— Me voy a mi residencia — Informó sin más mientras se colocaba la camisa para luego tomar el bolso y colocárselo sobre el hombro.
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                Sebastián lo contempló con entendimiento.
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— ¿No te asearás en mi casa? — Señaló con la cabeza el edificio frente al gimnasio —, me han arreglado el termo — Le avisó poniendo una mano sobre su hombro libre en clara señal de apoyo.
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                El chico de ojos negros le agradeció y negó con la cabeza segundos después.
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— Mi apartamento está cerca, así también me sirve ver si Alejandro está — Fue lo único que dijo antes de despedirse y escuchar un par de “¡Que sexy!” por parte de las chicas en la puerta del recinto.
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                No les prestó atención. De hecho, no solía prestarle ni la más mínima atención a los halagos que le dedicaban.
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                Lo único que quería hacer era llegar a su casa y dejar de pensar en Kate, nada más.
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— ¿Intentas hacerle un agujero al piso, Danielle? — Se preguntó a sí misma mientras viajaba de allá para acá en el medio de la sala.
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                No había querido llamar a la policía; vamos, eran menores de edad con hormonas revolucionadas que a lo mejor le estaban jugando una broma de pésimo gusto. Tampoco había querido mover un solo dedo hasta que esa escoria que vivía frente a su departamento se dignara a aparecer y dar explicaciones. Si es que sabía algo sobre el asunto, claro. Y para rematar, estaban en temporada vacacional.
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           Si por lo menos estuviesen en días de instituto… Pero no. El mundo no la entendía.
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El mundo no entendía a Danielle. Danielle no quería entender al mundo.
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                Se quedó parada en un rincón al escuchar el tintineo de las llaves en la puerta ajena. Salió como un vendaval y abrió la puerta de tal manera que esta pegó contra la pared con un golpe seco que causó que Alex se sobresaltara y volteara a verla con el ceño fruncido.
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                ¿Y ahora qué quería?
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— ¡¡Alex Sabaraín!! — Exclamó con furia mientras lo señalaba.
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                El moreno observó como su mano temblaba mientras lo señalaba justamente hacia la cara. Levantó una ceja y se giró hacia la puerta para terminar de abrirla totalmente. No estaba de humor para su temperamental vecina. No después de que le había armado un numerito porque Alejandro se estaba besando con su querida Julieta en la planta baja, su hermana ya tenía dieciséis años ¿No? Podía elegir perfectamente con quien andaba, pero al parecer, Montenegro no concordaba con su forma de pensar y ver el mundo.
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— Lo siento, no me tomo en serio a las personas con cabello rosa — Dijo con la clara intención de meterse en su departamento en paz y que ella dejara de atormentarle la vida.
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                Pero la vida tenía otros planes para él.
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— ¡Es importante escoria! ¿Crees que me agrada hablarte? — Le preguntó con sarcasmo mientras levantaba las cejas en modo “¿En verdad lo crees?”.
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                Alex se volvió a girar y la miró con el ceño aún más fruncido. De inmediato le vino a la mente Alejandro, él no había contestado el teléfono. ¿Le habría pasado algo a su hermano?
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— ¿Qué quieres, Montenegro? — Interrogó ansioso por saber algo de su consanguíneo.
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                Su rostro se mostró inexpresivo cuando Danielle tomó un poco de aire para tratar de hablar con lucidez.
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— ¡Tu hermano se robó a mi hermana! — Exclamó dejando a un muy sorprendido Alex.
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                Y esta vez no pudo ocultar su incredulidad.
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— ¿¡Qué!? ¿Estás loca, Montenegro? — Cuestionó con molestia sin poder creerse ni la mitad de la frase.
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                Danielle lo miró indignada ¿En verdad creía que mentiría con un asunto de ese tamaño?
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— ¿Acaso me ves cara de payasa? — Preguntó en reclamo mientras mostraba una nota bastante arrugada­ — ¡Es verdad! Yo no sé qué vas a hacer, pero quiero a mi hermana de vuelta, y la quiero ¡Ya! — Pataleó como niña chiquita haciendo un berrinche a la vez que apretaba los puños tan fuertemente que casi se saca sangre a causa de sus largas uñas.
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                Alex no pudo evitar cerrar los ojos y lanzar un suspiro cansado. Puso sus dedos índice y pulgar a los lados del puente de su nariz y se afincó del marco de la puerta con la mano libre.
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 — ¡Estúpido hermano menor! — No pudo evitar exclamar en su mente con toda la furia que estaba evitando sacar al exterior para permanecer imperturbable. Como si no le importase nada.
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                Alejandro no se robaba a una chiquilla todos los días. Esto era épico.
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                Ahora debía soportar el pack “Sermones Montenegro” durante un rato imperdonable. Eso le preocupaba, su voz chillona y su pelo chicle no lo dejarían vivir en paz.
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Sin duda, Alejandro se las pagaría con creces por meterlo en esos aprietos.
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