viernes, 14 de octubre de 2011

Capítulo 1: ¿Cómo empezó todo?


Capítulo 1
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¿Cómo empezó todo?
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            Esa mañana en la ciudad de Asturias* era bastante fría por la temporada invernal, nadie quería salir de su casa, preferían seguir durmiendo entre las calientes sábanas y el cálido aire que le proporcionaba la calefacción discretamente ubicada en un pequeño espacio del cuarto. La neblina se había apoderado de casi todo el territorio y la nieve estaba empezando a caer poco a poco sobre los capotes descubiertos de los autos aparcados frente a las distintas residencias que ocupaban la vereda. Los pájaros habían emprendido el vuelo desde los adornos de las ventanas hasta los nidos que estaban hechos en los árboles y los pocos transeúntes que paseaban por el sendero ya pronto estarían en un momento de paz dentro de sus hogares.
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            Se podría decir que todo estaba normalmente tranquilo. Como casi siempre.
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            Menos en la casa ubicada al principio de la senda derecha.
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— ¡Sí! ¿Me dejas mudarme contigo? — Proclamaba con entusiasmo una chica rubia de ojos de un color impresionantemente azul.
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            Esta era Julieta Márquez, la hermana menor de Danielle Montenegro y la preferida de mamá. La rubia llevaba consigo una chaqueta gruesa de color negro con un jean desgastado bastante pegado, su cuello estaba levemente cubierto por una frazada blanca con matices grises y llevaba unas botas negras y largas hasta la mitad de la pantorrilla con tacón puntiagudo.
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            Danielle suspiró al ver la cara de cachorro mojado que ponía su platinada hermana para que la dejase ir con ella “hasta el fin del mundo” pero definitivamente no lo haría. Ella se sabía esos chantajes emocionales claramente clasificados. Julieta era una manipuladora de primera con una autoestima que traspasaba la capa de ozono y una humildad a punto de rozar el núcleo de la tierra. “Arrogancia hasta los topes”  solía decirle ella cada vez que Julieta se pasaba de la raya en algunos asuntos importantes; la mayoría de estos tenían que ver con chicos colados y ciegos que no sabían escoger una buena novia en todos los sentidos. Su hermana era hasta cierto punto tranquila y fácil de aceptar, pero una vez que la conoces a fondo es como una migraña, tan fastidiosa y concurrente que hace que quieras pegarte la cabeza contra una mesa a ver si eso duele más.
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            Pero con todo y sus defectos, Danielle amaba a su hermana pequeña. Estaba segura que era una de las pocas que en cierta forma admiraban su carácter abrasador.
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— Definitivamente no voy a dejar que te vengas conmigo. Eres una migraña — Le recordó torciendo la boca antes de quitarse el suéter tejido en croché de color azul claro —. Además, mamá no te dejaría ni aunque tú escalaras la muralla china con ella a cuestas — Recordó mientras movía el dedo de un lado a otro con la clara indicación de que “primero muerta” antes de llevarla consigo.
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            Julieta bufó y luego hizo un puchero. Aunque quería a Danielle, odiaba las veces en que ella no la dejaba hacer algo que quería, argumentando que era puro capricho. Pero es que así era ella.
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            Danielle Montenegro tenía muy en claro la frase de “haz el bien y no mires a quién” antes de su propia felicidad, y, ciertamente eso era lo que pensaba en esos momentos; pensaba que a su hermana no le vendría bien vivir con ella en un apartamento. La chica de cabellera entre castaña y pelirroja solía seguir al pie de la letra los valores y conceptos que le habían enseñado, aunque a veces los rompiese. Todo por su explosivo comportamiento y su torpeza hasta decir basta. Julieta clasificaba a su consanguínea como “una mujer sin remedio”, y es que Danielle era terriblemente escandalosa y prejuiciosa con asuntos que hoy en día eran bastante comunes. Danielle odiaba cuando Julieta traía un novio a casa. Danielle odiaba que se besara con ese chico frente a la puerta. Y perfectamente odiaba escuchar cosas extrañas en la casa a altas horas de la madrugada. Ella era definitivamente un ser humano con tabúes bien marcados.
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            Esa era la razón por la cual su hermana quería vivir con ella. Julieta estaba segura de que a pesar de ser la hermana menor y la consentida de papá y mamá, ella sabía mucho más del mundo. Estaba segura de aquello.
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— ¡Si me dejas ir a vivir contigo dejaré de atormentarte por un mes! — Le prometió la rubia platinada mientras juntaba sus manos frente a su cabeza y hacia una exagerada reverencia.
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            Sospechaba que eso serviría.
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            Danielle la contempló haciendo una graciosa trompa con la boca. Estaba meditando la posibilidad de dejarla vivir con ella a cambio de un mes libre de problemas. Sonaba tentador… terriblemente tentador.
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            Miró a su hermana con una gran sonrisa inocente. Julieta sonrió de oreja a oreja.
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            Uno de los defectos de Danielle es que era muy, muy ingenua.
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— Reconsiderando tu propuesta, entonces puedes decirle a mamá que te vienes a vivir conmigo — Dijo asintiendo fervientemente con la cabeza.
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            Si dejarla vivir con ella significaba un mes libre de problemas garantizado entonces lo haría. Estaba hecho. Sin darse cuenta, Julieta se le había lanzado encima con los dos brazos apretados a su cuello como si fuese una cuerda a punto de asfixiarla. Danielle jadeó y le apartó los brazos con el ceño fruncido y los dientes apretados. Se acomodó su jean negro y se colocó las zapatillas azules que minutos antes habían estado dentro de la zapatera.
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— ¡Eres una hermana genial! ¿Lo sabías? — Le perjuró la rubia con los ojos brillantes y las manos colocadas en sus propias mejillas para luego salir como un torbellino hacia quien sabe dónde.
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            La de cabello cobrizo, ahora rosado, se masajeó las sienes y tensó la mandíbula. Algo contradictorio, se supone que quería relajarse pero se estaba tensando aún más.
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            Comprobado. Julieta era una migraña, pero no una migraña cualquiera.
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            En toda su vida ella no había podido vivir su vida, simple y sencillo. “Danielle para acá” “Danielle haz esto” “Danielle ve a tal parte” y “Danielle… ¿Por qué eres así?”. Eso y otros temas que incluyeran “Danielle” eran los favoritos para la crítica sin remedio de su madre, a veces se sentía odiada y repudiada, se sentía como la oveja negra; cosa que obviamente ni en sus peores pesadillas era. En la primaria fue retraída y tímida, jamás tuvo un verdadero amigo al cuál confiarle sus peores problemas y sus graves conflictos. En la secundaria fue un poco más abierta, pero aquellos niños mimados que tenía por compañeros de clase solo se juntaban con futuros empresarios y/o futuros dueños de grandes compañías influyentes en todo el mundo, cosa que ella vio muy mal, pues solo era la hija de una estrella de cine y un compositor del cual ya ni recordaba la cara.
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            ¿Consecuencia de todo eso?
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            Su injustificado odio hacia el mundo entero y su carácter estrictamente explosivo que le ponía los pelos de punta a cualquiera. Trataba de controlarse, en serio que lo intentaba, pero ¡Ah! ¡Era tan difícil! ¿Habría alguna cosa en la tierra que le dijese la verdad y no fuese hipócrita? A veces ella necesitaba saber sus verdades aunque estas fuesen las peores del mundo, pero nadie era sincero. Ni su propia madre. Ahora que estaba en la universidad, quería saborear la libertad de vivir sin opresión bajo el yugo de su madre diciéndole cada dos por tres “¡Danielle no hagas esto, no hagas aquello, eso se ve mal!”, porque para los ojos de su progenitora ella era la imperfecta, Julieta la perfecta. Ella era la descarriada cuando en realidad nadie entendía sus razones… ¿Por qué juzgaban si no sabían ni la mitad de lo que ella se había aguantado? ¿A caso todos creían que era así por puro gusto? ¡Al diablo!
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— Danielle. — Escuchó lejanamente, ya sabía quién era.
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            Daniela Márquez estaba de pie justamente en el marco de la puerta. Su largo cabello rubio platinado se encontraba recogido en una coleta baja dejando ver el largo perfecto de su melena, le llegaba justamente por la cadera. Su ceño se encontraba levemente fruncido y a los lados de sus ojos grises se podían apreciar ciertas arrugas casi inexistentes.
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            Viéndola de esa forma, Danielle concluyó que lo único que tenía en común con su madre era la nariz perfilada y la delgadez de sus labios. Nada más. El color de cabello, de ojos y hasta las pecas traviesas que viajaban por el puente de su nariz hasta sus pómulos los había heredado de su padre; su abuela solía afirmar que Danielle era una versión en mujer de Dante, pues eran tan parecidos que parecían mellizos; aunque notablemente su padre se veía mucho mayor que ella.
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— ¿Dime? — Interrogó sin siquiera dirigirle la mirada, quería concentrarse expresamente en ordenar sus cosas en la maleta, seguramente su madre venía con otro sermón que no estaba dispuesta a escuchar.
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            Daniela suspiró con cansancio y se acercó con cautela a ella. La miró detenidamente por algunos segundos y torció la boca como solía hacer casi toda su familia, por suerte Danielle por lo menos había heredado ese gesto. Se agachó junto a ella y puso una de sus manos sobre las de su hija mayor. La chica de ojos verdes se sobresaltó y paró en seco lo que estaba haciendo.
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— ¿Por qué Julieta quiere irse a vivir contigo? — Cuestionó frunciendo el ceño y con tono serio. La chica de cabellos exóticos ya se sabía el cuento de aquello.
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            Giró su verde mirada hacia su madre y levantó las cejas.
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— Si vienes a reclamarme porque Julie quiere vivir conmigo entonces ahórrate los comentarios, le dije que tu no la dejarías y creo que estoy en lo correcto — Contestó reanudando su acción con tosquedad. Si había algo que ella odiaba era que su madre solo se preocupase por ella misma y Julieta.
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            Y a Danielle… ¡A Danielle que se la coman los tiburones y se la lleve el diablo! ¡No hace falta!
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            Sintió un nudo alojarse en su garganta y trató de aspirar un poco de aire para evitar empezar a soltar lágrimas, pero de todo modos no era muy buena ocultando las cosas. Era tan torpe en ese sentido…
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— No te odio. — Argumentó la rubia de repente —. No te estoy pidiendo que te vayas — prosiguió —, se que quieres tu independencia ahora que eres universitaria y yo no tengo ni voz ni voto en eso. — Aceptó mirando hacia un punto en la nada.
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            Danielle volteó a verla con los ojos húmedos de tanto aguantar lágrimas. Apretó los dientes y cerró los ojos en clara señal de rigidez. No iba a llorar con su madre al frente. ¿Le iba a pedir que se quedase? Tal vez. Una luz de esperanza en el corazón de Danielle se encendió inmediatamente.
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— Pero… ¿Por qué quieres llevarte a Julieta contigo? — Le soltó en tono de reclamo y alzando un poco la voz.
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            La chica volteó a mirarla con un poco de furia contenida. La luz se extinguió. No era por ella, su hija mayor. Era por Julieta… la inalcanzable Julieta. Metió la ropa a la maleta con más ira de la que pudiese controlar. No iba a llorar, no allí, no en ese instante.
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— Si eso era todo, entonces solo tienes que hablar con ella y exponerle tu opinión al respecto, yo me he cansado de decirle que no la dejarás vivir conmigo — Expresó tratando de ocultar las emociones que la embargaban. En ese preciso momento se sentía como un pequeño grano de arroz en una paca gigante. Abandonada al intemperie.
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— Seguro, mi deber es convencerla. — Dijo Daniela más para sí misma que para Danielle —. Espero que se saque esa idea loca de la cabeza, aunque es tan persistente que no lo creo, además… una hija debe estar cerca de su madre. — Expresó con una sonrisita soñadora que a su hija le causó dolor.
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            La chica de ojos verdes quería irse de allí cuanto antes. Vio como su madre caminaba rápidamente hacia la puerta sin voltear atrás siquiera una vez.
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— Madre — masculló la joven con voz un poco estrangulada —, cierra la puerta al salir — Terminó por decir antes de que la rubia de ojos grises se fuera y cerrara la portezuela tan rápido como había llegado.
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            Danielle empezó a hipar sin poder controlar ya sus lágrimas. Ella era fuerte, pero no tanto. Por lo menos se había aguantado hasta ver salir a su madre… pero estaba triste y deprimida ahora.
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— ¿Simplemente… no puedes… pedirme que… me quede? — Rogó al aire entre sollozos cortos. Dejó la ropa faltante dentro de la maleta y se puso las manos en la cara reprimiendo sus jadeos y tratando de ocultar sus lágrimas.
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            ¿Su madre no podía pedirle que se quedara solo una vez?
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            Julieta. Julieta. Julieta… No le tenía rabia a su hermana porque su madre no le hacía caso, eso sería terriblemente injustificado, Julieta no tenía la culpa. Eso ella lo sabía.
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            Pero… ¿A caso su madre en verdad no la quería cerca? “Una hija debe estar siempre cerca de su madre” ¿A caso no era ella su hija también? ¿Una chica que apenas iba a empezar a vivir sola?
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            Y allí Danielle lo comprendió. Su madre no la odiaba, pero tampoco la quería. Sus constantes reclamos, su interminable cantaleta de perfección; eso era solo una parte.
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            Daniela Márquez no la odiaba porque la quisiese. No la odiaba porque era sangre de su sangre y carne de su carne. Pero nunca la había visto como un objetivo cariñoso, siquiera sabía si en realidad su progenitora había sentido algo por ella.
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            No la odiaba porque era su hija, su familia. Nada más. Y eso, le partía el corazón.
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            En la ciudad de Santos* el sol era implacable. Un perfecto día para ir a la playa por la tarde y broncearse hasta decir “¡Joder tío, parezco langosta rostizada!”, y precisamente, eso era lo que Alejandro y Alex Sabaraín hacían.
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            Alex hubiera preferido quedarse en casa leyendo un libro de filosofía o psicología, pero su hermano menor le había insistido tanto que tuvo que decirle un “O te callas o te meto el bóxer sucio en la boca”… ¡Santo remedio! Alejandro se había callado al instante con una notoria mueca de asco, pero eso no había durado el tiempo suficiente para librarse de su hermano. Nada duraba el tiempo suficiente.
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            Eso sí, se asustó mortalmente cuando Alejandro mostró una sonrisa ladina, eso era el inicio del apocalipsis… Vale, tal vez estaba exagerando, pero cada vez que su hermano mostraba esa sonrisa no muy digna de confianza es que se avecinaba una tormenta; y ciertamente, así fue.
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            “¡Mamá! ¡Alex tiene novia!” Había exclamado el pelinegro de ojos pardos a todo pulmón mientras corría por toda la casa para salvarse del cabreo intenso de su hermano.
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            A Alejandro le gustaba jugar sucio. Muy sucio. Y eso Alex lo sabía muy bien, por eso no hizo más que resignarse.
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            “¿Es bonita y alta? ¿Es pequeña y delgada? ¿Es pelirroja o de cabello castaño?
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            Esa y otras preguntas formaban parte del repertorio de la madre cuando un Alex muy cabreado con su estúpido hermano menor, pero aparentemente tranquilo, preparaba todo lo necesario para ir a la playa a base de chantajes. Ese chico había logrado sacarlo de la casa… ¡Tenía que salir de allí antes de que su madre se pusiera un disfraz para perseguirlo y ver con quien estaba!
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            ¡Y Alejandro se reía a carcajadas! ¡Ah! Como le encantaba ver a su hermano mayor molesto y aparentar no estarlo. ¡Era todo un espectáculo digno de ver!
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            “Alex…” Lo llamó cuando manejaba en camino hacia la playa.
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            “Estoy cabreado” Fue lo único que dijo en un tono terroríficamente frío. Esa era una manera bastante sutil de decir “¡Vete al diablo sabandija!” aunque cierta persona sabía que solo estaba intentando contenerse, como siempre. Era muy difícil saber a veces lo que Alex pensaba realmente.
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            Alex era un enigma bastante difícil de descifrar. Tan serio que era difícil entablar alguna conversación realmente importante con él. Pocas veces sabías lo que en realidad estaba pensando, y sin embargo, el ochenta por ciento de lo que creías era errado. Alex era pacífico, por lo menos hasta cierto punto, si le dabas tu confianza sería capaz de hacer cualquier cosa por ti, y, aunque a veces actuaba de forma diferente a lo que se estimaba, él verdaderamente tenía razones ocultas bien inculcadas para hacer lo que hacía. Solía ser arrogante con todo el mundo.
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            Y eso era su más grave defecto, su arrogancia a mil. Claro, y no olvidemos el factor sorpresa… ¡Obsesivo con el orden! Era tan metódico que a veces Alejandro se llegaba a fastidiar de la monotonía de su cuarto, mientras que el suyo era todo un desastre digno para perderse como en una selva.
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— ¿Qué tal chica? ¿Todo bien? El sol está candente… ¿Verdad? — Cuestionó el levemente ejercitado Alejandro en un tono sugestivo a la chica que lo acompañaba. Ésta se sonrojó hasta la raíz del cabello y se mordió el labio inferior.
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            Alex bufó mentalmente y rodó los ojos, aunque esto no quedó al descubierto gracias a sus lentes de sol. Estaba acostado en la silla reclinable de color blanco con las patas plenamente hundidas en la tierra para su entera comodidad. Llevaba una bermuda playera de color negro y buscaba insistentemente algo interesante que ver en el agua salada o en la arena a la vez que muchas chicas apreciaban embobadas sus músculos abdominales.
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            La chica que estaba a su lado, que suponía que era amiga de la que estaba con su hermano, lo miró de reojo y viró sus ojos hacia otro lado creyendo que él no se daría cuenta de lo que había hecho. Pero él era muy perceptivo, todo lo contrario a Alejandro, que era más despistado que un personaje de anime. Resopló por lo bajo.
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            ¿A caso le había pedido a esa chica que le hiciera relaciones sociales? ¿Es que a caso ella se creía dama de compañía?
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— Lo sentimos mucho querido Alejandro, pero mi amiga y yo nos vamos — Avisó con un tono bastante molesto mientras agarraba a la otra chica de la muñeca y la levantaba de las piernas del moreno menor. Éste torció la boca y se despidió de muy buena manera para luego verlas marchar mientras meneaban las caderas luciendo sus trajes de baño de dos piezas. Casi se babeó ante la escena. A sus escasos diecisiete años Alejandro era demasiado pervertido.
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            Alex volvió a bufar aún más fuerte y se quitó los lentes, se amarró el largo cabello negro y se sentó en la silla. Su hermano menor lo fulminó con su mirada marrón obscuro, él simplemente lo vio a través de sus ojos negros.
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— ¡Joder, joder y re triple joder! — Se quejó apianando los puños en su bermuda azul claro mientras se levantaba para luego agitarse con una mano su corto cabello oscuro. Miró a su hermano una vez más con un mohín infantil desde la perspectiva del mayor —, te busco una chica para que hables con ella y te des otra oportunidad en esta vida ¡Y tú me sales con esto! ¡Joder, joder, joder! — Volvió a decir como una especie de tic nervioso.
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            Alex chasqueó la lengua y lo miró desde abajo, ya que él aún seguía sentado. Su hermano solía ser jodidamente fastidioso con ese asunto. Si, también se le había pegado la palabrita mal sonante.
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— ¿Cuántas veces has visto a esa chica que estaba sentada en tus piernas? — Le interrogó perspicazmente entrelazando sus dedos y afincando los codos en sus piernas respectivamente.
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            Alejandro apretó su puño derecho y se sonrojó un poco. Sí, aunque no lo crean, el jovencito era un pervertido “educado” en el buen sentido, Alex sabía que su hermano seguía siendo un niño a pesar de sus conquistas múltiples.
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— ¿Ya has conseguido apartamento en la ciudad de la que me hablaste donde hace mucho frío en esta temporada y no hay playas? — Interrogó tratando de cambiar el tema. Se dio un sentón y tomó los lentes de su hermano desde la mesita plástica para ponérselos él.
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            El de mechones largos de color azabache sonrió de medio lado sin darse cuenta de que su gesto sexy le sacó un suspiro a más de una visitante de las olas. ¡Oh! Le encantaba tener control sobre su hermano… ¡Sabía a gloria! Después de todo eso era justo, Alejandro solía atormentarle la existencia, aunque fuera de eso, él realmente quería a su hermano.
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— Sí. — Le alivianó la tortura a su hermano —. Solo tengo que buscar los papeles a la universidad para poder irme. Nuestro tío realmente necesita una ayuda temporal con la empresa. — Caviló rápidamente en tono llano dejando de lado el tema anterior.
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— ¿Podré quedarme contigo los primeros dos meses? Ya sabes, tengo tres meses de vacaciones… así también me sirve para acongojarte la paciencia — Demandó el de ojos pardos en tono amistoso, brindándole una pequeña sonrisa a su consanguíneo. Alex le devolvió el gesto mientras se levantaba un poco y le alborotaba los cabellos, sabía que eso avergonzaría al “señor conquista” pero es que le gustaba hacer eso. Le recordaba a los tiempos en los cuáles Alejandro era aún un bebé… Su hermano, solamente los separaban cinco años y medio… Ahora era todo un hombre, hasta creía que podría llegar a ser más alto que él, la altura era de familia.
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— Claro enano…— Le respondió en tono divertido al ver el mohín que puso su pariente —, solo procura no enamorar a muchas y luego dejarles el corazón partido — Señaló seriamente mientras lo apuntaba con el dedo. Se volvió a sentar en su sitio.
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— ¡Hecho! — Exclamó feliz de la vida mientras se levantaba — Y ahora mejor vámonos, pienso que estoy demasiado bronceado ya. — Argumentó observando su piel levemente morena.
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            El mayor de los hermanos asintió y ayudó a recoger todo lo que habían traído para devolverlo a la camioneta que a más de uno dejaba con la boca abierta.
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            Seguramente su estadía en la nueva ciudad sería interesante… muy interesante.
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— ¡¡Danielle!! ¡Tienes que ver a estos adonis a las doce en punto! — Exclamó una extasiada Julieta mirando por la ventana mientras sostenía una parte de la cortina blanca en su mano derecha para ver mejor a los nuevos vecinos.
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            Danielle y Julieta ya tenían una semana allí, los nuevos vecinos (por lo que tenía entendido Julieta) eran dos hermanos que se habían mudado hace dos días, uno de diecisiete y otro de veintitrés años recién cumplidos… ¡Oh si! Julieta tenía como una especie de formulario para los nuevos, y a partir de allí se podía saber hasta “la vida del perro”.
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            La mayor miró a su rubia hermana y suspiró resignada. Un chico con cara bonita era una presa segura de Julieta… ¡Ah Julieta! Si ella no era romántica… ¿Por qué su madre le había puesto precisamente ese nombre? No es que la identificara mucho después de todo. Es más, su hermana era la antítesis de la bien recordada y legendaria “Juliette” que vivió y murió por su amor y eso causó que…
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            ¡Oh vamos! Definitivamente no pensaba recordar historias románticas famosas y bien escritas para distraerse, necesitaba buscar algo en lo cual trabajar mientras para no depender tanto de Daniela ahora que vivía sola. Contempló con el ceño fruncido el momento en el cual la chica de ojos azules salió como un tornado por la puerta y bajaba las escaleras de caracol con toda la prisa del mundo. Bufó y la siguió tranquilamente, seguramente se iría a auto presentar a los vecinos que según su criterio estaban más buenos que el pan. Bueno, tal vez Julieta estaba exagerando con eso de adonis. En fin, ella no podía opinar mucho, no había visto a ninguno de los dos. Bajó las escaleras de manera lenta y en uno de los escalones le dieron unas ganas inmensas de lanzar un bostezo, así que lo hizo mientras cerraba sus párpados. Lo que no previno es que cierto chico venía subiendo por las escaleras… inevitablemente chocaron.
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            El pelinegro de cabello largo, más o menos hasta los hombros, maldijo mentalmente y tensó la mandíbula cuando se cayeron algunos trofeos de la caja. Danielle no pudo más que maldecirse a sí misma en voz alta.
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            ¡Ah! ¿Por qué dios la había hecho tan torpe?
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            Miró al chico y se trató de disculpar con toda la disposición del mundo. Éste la miró sin expresión aparente.
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— No te disculpes. Gente torpe y atravesada se ve todos los días. — Fue lo único que dijo antes de agarrar los trofeos y devolverlos a la caja dejando a una Danielle con la mandíbula desencajada. — ¿No te apartarás? Mira que no tengo mucho tiempo que perder — Continuó imperturbable y sin mirarla directamente a la cara.
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            ¿¡Cómo se atrevía a decirle aquello!? ¿¡Qué a caso no tenía vergüenza!? ¡Ja! ¡Ya sabría quién era Danielle Montenegro!
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            En ese momento, Julieta y Alejandro atravesaron las puertas de vidrio ahumado y entraron a la estancia cálida conversando alegremente. Notaron la tensión en el ambiente. Los dos menores fruncieron el ceño.
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— Se pide permiso ¿Sabías? — Inquirió la chica de cabellos exóticos entre dientes —, claro, si es que tienes educación y amabilidad. — Retó mientras torcía los labios de un lado a otro.
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            Alex la observó directamente a los ojos. Verde claro contra negro azabache. Soltó una sonrisa que desbordaba pura arrogancia.
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— Lo siento, no me tomo en serio a las chicas de cabello rosa — Argumentó con desdén mientras pasaba por el lado de una muy cabreada Danielle.
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— ¡Ah! ¡Eres una escoria! — Lo señaló escandalosamente mientras enseñaba los dientes. El moreno ni se inmutó.
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            Julieta y Alejandro suspiraron.
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            En vez de haber sido amor a primera vista, había sido todo lo contrario.
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            Había sido Antipatía a primera vista, y quizá a segunda vista también.
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            ¡Ah! La vida era un dilema de nunca acabar.
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*Ciudades ficticias 

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